lunes, 21 de febrero de 2011

El arte, una oportunidad para la felicidad, según Christophe André

-Por Guillermo Rosés
Hay libros que no buscas y caen sobre tus manos, como ha sido el caso este fin de semana de un libro que Christophe André ha construido a partir de la experiencia de enredarse en la contemplación y estudio de unos cuadros.
Son veinticinco, y le han servido de hilo conductor para arrancar de ellos argumentos con los que estimular nuestra percepción de la felicidad.
Hay obras de Courbet, de Van Gogh, Rembrandt, de Monet, de Klimt (en la imagen), y de algunos otros.
Se trata en todo caso de una mirada personal complementada con un conocimiento previo de los artistas y de su época y circunstancias de vida, algo que en conjunto fortalece la visión que, interpreto, este autor quiere transmitir con su libro: la felicidad es una necesidad a la que no debemos renunciar.
Si alguien dijo alguna vez que la literatura no es, en general, sino el relato de la infelicidad del hombre y las infinitas maneras que han existido para arrebatarle su felicidad, la iniciativa de André puede servirnos de acicate para advertir que aún hay un mundo inmaterial abierto frente a nosotros al que debemos prestar atención, y en el que el cultivo del Arte, su contemplación, también puede jugar un papel destacado.
En su obra (El Arte de la felicidad), el autor hace un recorrido del ciclo vital apoyándose en el comentario de diversas obras, en las que ha querido percibir un anhelo por parte del artista, que le sirve de guía gráfica de cuanto desea argumentar para sostener que vida y felicidad deben ir de la mano.
El número de experiencias felices vividas en la infancia aumenta la probabilidad del recuerdo de la felicidad en la edad adulta, argumenta. Esparce frases con las que podremos discrepar o incluso padecer, pero su tesis no condena a nadie a la desesperación porque transluce esperanza.
La novedad de este libro no es tanto pues el asunto de fondo, la felicidad, sobre la que tantos otros han escrito, sino la excusa de la que se ha servido su autor, la mirada del cuadro, para alcanzar sus conclusiones. Desde este punto de vista, sí me ha resultado atractiva la lectura de este breve libro, de unas 180 páginas.

No puedo terminar esta entrada sin hacer mención a Benedetti y a su 'Tregua', para referirme a la objetividad con la que uno de sus personajes, la madre de Avellaneda, califica la simpleza con la que tendemos a identificar el estado de felicidad con la satisfacción permanente de las necesidades y deseos, con la fiesta perpetua. André desmonta ese escenario, haciendo más asequible el objetivo. Acierta, pues, al hacer que el arte, además de ser admirado, empuje nuestra felicidad.