
Viernes por la tarde. Acudimos a la Fundación Mapfre, en Madrid, después de haber comido rápidamente para ver la exposición
"Impresionismo. Un nuevo Renacimiento". Iba avisada: las colas podían ser largas. Pero me dije: no será para tanto... Pues bien, casi tres horas estuvimos haciendo cola para ver una de las exposiciones con más éxito en Madrid este año. Y yo me preguntaba con algo de amargura: ¿por qué arrastrarán tantas masas los impresionistas? A veces pienso que resulta hasta sospechoso tanto consenso sobre la belleza sin fin de sus cuadros. Sí, gustan a todos, y si no, preguntaos: ¿a quién no le encantan los impresionistas? Hay bellezas más difíciles de apreciar, sobre todo en un principio, pero suelen ser después muy gratificantes. No es el caso, sin duda, de la pintura impresionista, tan llena de vitalidad y de una alegría contagiosa que nos invade al minuto de plantarnos frente al cuadro.
La ocasión de ver en Madrid obras cumbre del Museo d'Orsay de París no nos decepcionó. Contemplar
El columpio de Pierre-Auguste Renoir, por ejemplo, bien vale una cola kilométrica. La exposición podrá verse hasta el 22 de abril en la Fundación Mapfre, Instituto Cultura (Paseo de Recoletos, 23). Animaos a ir todos antes de que finalice. Todavía no hemos estudiado el Impresionismo, ¡pero ésta es una buena ocasión de introducirnos en él!

Esta exposición ofrece un largo recorrido a través de la pintura francesa para explicar cómo convivió el Impresionismo con otros movimientos (como el realismo de Courbet, el academicismo de Bouguereau o el simbolismo de Moreau) que surgieron en un momento difícil de la historia de Francia, tras la guerra franco-prusiana (1870-71) y los sucesos de la Comuna de París (1871). Vemos a los impresionistas en su contexto. Pintores como Pierre Puvis de Chavannes consiguen pronto el reconocimiento del Salón de París, mientras los impresionistas padecen el rechazo inmediato de la Academia. A medio camino, Édouard Manet, líder de los impresionistas aunque nunca expusiera con ellos, se esfuerza por ocupar un lugar en el Salón de París. La exposición hace el debido hincapié en la trascendencia de este pintor, que protagoniza una recuperación de la pintura española del Siglo de Oro, tomando a Velázquez, pero también a Goya, como indiscutibles modelos a seguir.
El Pífano de Manet aúna de manera brillante el recuerdo español con la modernidad técnica.
La exposición se muestra más interesada en enseñar la influencia española sobre el Impresionismo que otros aspectos como el orientalismo o la influencia de la fotografía. El cuadro
Un taller en Batignolles (1870) de Henri Fantin-Latour nos muestra a todo el círculo de jóvenes pintores: desde Manet, a Monet, Bazille o Renoir, acompañados de Astruc o Zola.
La estación de Saint-Lazare (1877) de Monet permite comprender muy bien cómo los impresionistas hicieron de la captación de los efectos atmosféricos una prioridad en su particular renovación del lenguaje pictórico. Se ha repetido hasta la saciedad que fueron los primeros en pintar
a plein air. Pero allí no reside su novedad (ya lo habían hecho muchos otros pintores en el pasado), sino justamente en la pincelada vibrante que persigue reflejar los efectos de la luz en la naturaleza, en los objetos, en el agua, como nos enseña Cézanne en su maravilloso
Puente de Maincy (1879), muy preocupado también por la solidez de los volúmenes.
No dejéis de ir a verla pero, eso sí, cargados de paciencia y con un buen libro que amenice la espera. ¡Buen fin de semana a todos!
Diana Carrió-Invernizzi