sábado, 8 de enero de 2011

CARPACCIO. San Jerónimo en su Celda


He vuelto a ojear estos días un libro monográfico que me regalaron hace unos años sobre Carpaccio, con unas reproducciones de una calidad maravillosa, y como otras veces, me he vuelto a detener en un cuadro de este autor que siempre me ha llamado poderosamente la atención. He pensado que su inclusión y comentario podría tener cabida en este Blog del Arte. Se trata del denominado “San Jerónimo en su Celda”, integrante de una trilogía que relata la vida del santo y que se continúa con: “San Jerónimo y el Milagro del León” y “La Muerte de San Jerónimo”, situados en la “Scuola degli Schiavoni” de Venecia.
El libro está en francés y me he permitido traducirlo -espero que correctamente-manteniendo la estricta sintaxis del texto, pues creo que es muy acertado e instructivo.
Yo también querría después añadir algún comentario sobre él, no con ánimo de apostillar al autor (¡Dios me libre!), sino por que creo que es obligado dejar constancia de las propias impresiones y más en este caso, ya que se trata de un ejercicio sobre arte.

“San Jerónimo en su Celda” en:
CARPACCIO
Étude Biographique et Critique par Terisio Pignatti
Editions D’Art Albert Skira. Genève. 1958

“El cuadro representa al santo en su celda, sumergido en la traducción de las Escrituras. La luz oblicua que viene de las ventanas ilumina una habitación ricamente amueblada. Al fondo está instalado un altar, como un pequeño oratorio privado, al gusto del Quatroccento; se ve también una estantería llena de libros y una balda con estatuillas alineadas contra el muro y un pequeño trono con su oratorio.
En el primer plano se encuentra el pupitre del santo, sobre la mesa y el banco, recubiertos por un tejido verde fijado por remaches dorados, están colocados manuscritos y objetos: tijeras, concha de pulir, campanilla, tintero y la esfera armilar.
Sentado delante de tres libros abiertos uno sobre otro, el santo toma notas y acaba de interrumpirse como si buscase una palabra: imagen serena, apacible, tomada de la vida del sabio, de investigador infatigable de todos los tiempos. Pero también simboliza el humanismo con el cual Venecia estaba por otra parte familiarizada, ese humanismo al cual se deben tantos comentaristas de la filosofía neo-platónica, de los clásicos griegos y que nos ha dado los primeros tipógrafos, los jóvenes intelectuales que frecuentaban el Estadium de Padua, los eruditos amantes de antigüedades y de pintura contemporánea –flamenca tanto como la veneciana.



Se ha insinuado que el personaje de San Jerónimo podría ser el retrato del Cardenal Bessarion, primer protector de la Scuola degli Schavioni; no sería extraño en efecto que Carpaccio, espíritu humanista, haya querido evocar aquí esta figura y hacerla eterna en el mundo encantado de la poesía.

La originalidad iconográfica de este cuadro es evidente; esta representación es única en la historia de la pintura veneciana por la excepcional riqueza de detalles, el paciente análisis de los objetos, de los cuales cada uno se convierte en un símbolo visual, una forma pura y perfecta. Digamos de inmediato la sensación de maravilla que nos produce, que alegría es para los ojos cuando se intenta descubrir los secretos de todos esos objetos reunidos por el pintor. Se tienen inmediatamente ganas de contar el número de volúmenes en la estantería; son cuarenta, encuadernados en cuero marroquín rojo y verde, en cuero marrón o en pergamino de marfil; y se desearía poder girar el facistol del fondo de la celda, para saber cual es el cuarto libro.
La puerta de ese rincón tiene una cerradura y los dos antifonarios tiene su sombra proyectada, como también el perro maltés, que es con el santo la sola nota viva en ese silencio que asemeja a un acuario. Peludo y brillante en la luz, el pequeño animal permanece perfectamente inmóvil y parece seguir el juego del polvo que baila en la claridad de la ventana, que uno imagina abriéndose sobre las aguas espejeantes de un canal veneciano.
Se desearía poseer todos estos objetos de aspecto tan verdadero y acogedor, esa mesa o esa butaca de cuero rojo con el oratorio. Cuantos de entre nosotros no han intentado descifrar las páginas de música abiertas al pie de la mesa del célebre reformador de la liturgia musical. Se trata, nos lo dice Ludwig-Molmenti, de una página bastante austera para dos tenores y un bajo y de una página más ligera y más dulce para soprano, bajo y tenor.



La descripción podría así continuar hasta el infinito, con este juego de imágenes, con esta suerte de ejercicio de paciencia que el pintor construyó desplegando una maravillosa habilidad. Nadie en Venecia se aventuró en este territorio, pues era una manera que la joven generación, la de Giorgione, tildaba de “flamenca”. Nosotros mismos por otra parte, para encontrar el recorrido de esta pintura debemos remontarnos hasta Van Eyck, que Carpaccio sin duda pudo ver en las colecciones venecianas o en la corte de Ferrara, tan familiar a los pintores flamencos.

En este cuadro, las líneas de la perspectiva confluyen en un punto situado detrás de la figura del santo, desplazado hacia la derecha y coincidente – si se les superpone en trasparencias- con la mano derecha del santo. Es en este gesto de reflexión del viejo sabio, que se para un instante antes de recomenzar a escribir, donde se fija la mirada y es en esta mano levantada – como la de un director de orquesta que, por un instante, mantiene la música en suspenso y concentra la completa atención del auditorio- donde se sitúa el punto esencial del cuadro. La construcción racional de las formas coincide entonces de nuevo con la búsqueda de la mayor intensidad del relato, que viene a continuación a armonizar el feliz reparto de los colores en el espacio.”

Comentario personal:
Si me detengo a pensar por que me llama tanto la atención este cuadro, si me acerco a él con los “ojos limpios”, la primera sensación que me surge es su alegría y luminosidad, su claridad y limpieza. Es un cuadro alegre no hay duda, fundamentalmente por la luz, que penetrando por los amplios ventanales, lo inunda todo. La posición de las sombras induce a pensar en una mañana de sol radiante. En la estancia todo es claro, no hay nada que no esté plenamente iluminado, ni siquiera en media penumbra, salvo parte del suelo. Esto le da una extraordinaria nitidez a la multitud de objetos representados en la estancia, acentuada por sus acusados perfiles y el extraordinario detallismo característico de la obra de Carpaccio.
La segunda cosa que me atrae poderosamente del cuadro, son los colores. Ese verde maravilloso que domina la composición en diversos tonos, actuando los detalles de rojo como contrapunto, son para mí enormemente atractivos.
Sobre la minuciosidad desplegada por el artista, ya nos ha ilustrado convenientemente el texto anterior. (Es una lástima que no pueda incluir en este trabajo las ampliaciones que el libro trae de la estantería y el cuarto del fondo, pues solo se pueden subir imágenes con su URL correspondiente). Merece la pena hacerse con una lupa y efectuar un recorrido lento por los objetos de la mesa, las estanterías o la habitación del fondo, que es un auténtico cuarto de tesoros, con astrolabios y otros instrumentos de medición arrumbados por la ciencia. Nuestra curiosidad no se sacia nunca. ¿Es posible incluso leer las partituras y describirlas? Si no me lo dicen, nunca lo hubiera creído.
Ahora me percato que casi ni me había fijado en San Jerónimo. Dado su estatismo parece un “objeto” más del conjunto. El santo y el perro parecen poder permanecer así indefinidamente.
Me ha parecido muy valiosa y poética la descripción que se hace en el texto del libro sobre la importancia de su mano derecha, y debo reconocer humildemente que ni me había fijado en ella. Creo que acompaña magistralmente al instante de reflexión del santo y uno puede llegar a imaginarse que mirando la escena, podrá asistir al momento en que el santo halle finalmente la palabra que estaba buscando y que todo vuelva a la vida, él comience de nuevo a escribir, el perrillo se agite complacido e incluso nos lleguen desde lejos las voces de algunos gondoleros cercanos.

En el cuadro, aparte de las líneas de la perspectiva descritas, que llevan hacia atrás, en mi opinión existen otras motivadas por la luz de las ventanas que lo cruzan en diagonal, desde el margen superior derecho al inferior izquierdo, lo que creo que realza la geometría de la escena.
La composición es cuidadosa y equilibrada, pues el atestado cuarto del fondo, la estantería lateral, la luminosidad del suelo e incluso el perrito, compensan la acumulación de elementos alrededor de la figura del santo, que es lo que atrae inicialmente nuestra mirada.
Por tanto, según yo lo veo, el cuadro tiene alegría, luminosidad, cromatismo, vivacidad a pesar de su estatismo inducido, equilibrio... Sin embargo la escena tiene algo de artificiosa e irreal. ¿Cabe imaginarse así la celda de trabajo de un estudioso?¿Es éste un ambiente propicio para ello? ¿No es de un tamaño absolutamente desproporcionado como gabinete de estudio? ¿Qué pinta el perro en un lugar de recogimiento y concentración?¿No existe algo raro en la apariencia de la estantería de los libros? Yo creo que estos toques de irrealidad, junto con los aspectos positivos descritos, se aúnan en mí produciéndome la atracción que su visión me suscita.

Vittore Scarpazza “Carpaccio” (1460-1525/1526), fue un maestro veneciano, puente de unión entre los artistas tempranos como Jacobello del Fiore y pintores clásicos como Giorgione o Ticiano, que habitualmente trabajaba sobre la vida de los santos. Su obra más extensa y famosa es “la Vida de Santa Úrsula” (nueve pinturas), así como otras series sobre: La vida de la Virgen, San Esteban, San Jerónimo (a la que pertenece este cuadro) y San Jorge.
En el desarrollo de sus obras introduce multitud de figuras y elementos arquitectónicos, con un alto grado de detallismo, dentro del más puro ambiente de la corte veneciana. La atmósfera y perspectivas que crea nos traslada a la ciudad de los canales, en el exquisito mundo de la República Serenísima. Su peculiar estilo lo convierte en el artista que mejor logró reproducir el encanto incomparable de la ciudad de Venecia, en la cúspide de la gloria y el poder, mostrando en sus cuadros el orgullo cívico de sus ciudadanos. Fue el más autentico veneciano de todos los pintores de Venecia, largamente apreciado después por Guardi y Canaleto. También fue el más oriental de ellos, en su obra abundan los ropajes de influencia otomana. Se desconoce si viajó a Constantinopla en algún momento de su vida.

En su obra se intuye la probable influencia de Bellini por la narrativa, de Antonello de Messina por su sentido del espacio, de Alvise Vivarini por el uso preciso de la luz, de los dibujos tan perfilados de Ferrarese y por el temprano arte flamenco de van Eyck, con el que desarrolló su acentuado detallismo. Le influyó Mantegna, como a todos los venecianos de su época y en arquitectura Lombardi. Todo ello es lo que Carpaccio aglutina y le da un toque final suyo tan personal.
La mayoría de sus mejores trabajos quedaron en Venecia y su arte fue minusvalorado respecto a otros contemporáneos como Bellini y Giorgione. Lejos de ejercer una función de enlace con la siguiente generación, demuestra un sentido retroactivo de la fantasía, más propio de los romances medievales.
Fue el primer pintor de paisajes de esta ciudad que gozó de gran popularidad y tradición posterior. Su figura fue recuperada por el crítico británico John Ruskin en el siglo XIX, quien “admiró la precisión en el estudio de la arquitectura y la luminosidad en la representación de la atmósfera presente en sus creaciones”.


BIBLIOGRAFIA
1. CARPACCIO. Étude Biographique et Critique. Terisio Pignati. Editions D’Art Albert Skira. Genéve. 1958
2. EL RENACIMIENTO MERIDIONAL. Italia 1460-1500. André Chastel. Ed. Aguilar. 1965

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